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Artistas sudaneses que huyeron de las balas se reinventan en Nairobi

Una iniciativa que apoya a creadores en zonas de conflicto ayuda a un grupo de pintores y músicos a rehacer sus vidas y retomar su obra

Waleed Mohammed (25 años) estaba dispuesto a arriesgarlo todo para recuperar su obra, atrapada en un viejo edificio en el corazón de Jartum, en pleno epicentro de la guerra en Sudán, que comenzó en abril de 2023. En su pequeño estudio dejó documentos cruciales como su pasaporte, así como todas sus obras, fruto de años de trabajo. Abandonarlas, cuenta Mohammed, no era una opción para él. Por eso, un año después de que estallara el conflicto, tomó lo que ahora llama la decisión “más estúpida” de su vida.

“Me puse en contacto con un miembro de las [paramilitares] Fuerzas de Apoyo Rápido [RSF, por sus siglas en inglés] para que me llevara hasta el estudio. Las calles estaban completamente desiertas, no se veía ni un alma. Cuando llegué al edificio, no podía creer lo que veía: un grupo de rebeldes estaba apostado en la puerta, bloqueando la entrada”, explica a EL PAÍS. Mohammed revolvió los papeles que encontró esparcidos por el suelo con la esperanza de reconocer algo que le resultara familiar, pero al final se marchó con las manos vacías. “Tuve suerte, pudo haber sido mucho peor”, dice mientras recuerda cómo fue arrestado y liberado unas horas más tarde.

Tan solo un mes después, en junio de 2024, Mohammed aterrizó en Nairobi gracias a la Iniciativa Martin Roth (MRI por sus siglas en inglés), un programa conjunto entre el Instituto para las Relaciones Exteriores de Alemania (IFA por sus siglas en alemán) y el Instituto Goethe, que apoya a artistas en zonas de conflicto que buscan protección en el extranjero. Gracias a su apoyo, Mohammed pudo escapar de Sudán para comenzar de nuevo en Nairobi, donde vive desde hace nueve meses.

A través de una colaboración entre The Rest —un colectivo de artistas sudaneses fundado por el comisario Rahiem Shadad— y el Instituto Goethe de Nairobi, Mohammed y otros cuatro artistas recibieron 6.000 euros de la MRI durante seis meses para reconstruir sus vidas lejos de las balas. Cristina Nord, directora del instituto, cuenta a EL PAÍS que este programa “les ha ayudado a tejer redes, especialmente para quienes vienen de Sudán, un país que actualmente no les ofrece ninguna perspectiva”.

Descrita por Naciones Unidas como “la mayor y más devastadora crisis de desplazamiento, humanitaria y de protección del mundo”, el conflicto entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las RSF ha causado cientos de miles de bajas, entre muertos y heridos, y ha desplazado a más de 12,6 millones de personas, más de una cuarta parte de su población. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, dos de cada tres sudaneses ya no tienen acceso a atención médica.

Un refugio

Varios meses después de que estallara la guerra, Nairobi se convirtió en un refugio para decenas de artistas sudaneses obligados a detener su trabajo —aunque la gran mayoría de sudaneses en Kenia, 12.595 según los últimos datos de Acnur, están en los campos de Daadab y Kakuma—. La capital del país ya no es solamente un refugio, sino que se ha transformado en una fuente de inspiración, un lugar donde los artistas han descubierto una nueva vibrante escena artística.

“Recuerdo una experiencia en la Galería de Arte de Kibera que me conmovió profundamente: el arte y la comunidad estaban literalmente conectados, el público discutía sobre las obras y ambos parecían formar parte el uno del otro. En Sudán no existe este vínculo tan fuerte con la comunidad”, explica desde su propia experiencia Huzifa Siddig, un pintor de 24 años que llegó a Nairobi dos semanas antes que Mohammed, gracias al mismo programa. Ahora, ambos comparten casa y tienen sus propios estudios en el barrio de Kilimani.

Las paredes del estudio de Mohammed están repletas de fotografías: aparecen sus tíos, sus hermanos, su padre, su madre. También hay anónimos, personas a las que Mohammed no conoce, pero en las que encuentra inspiración: “La fotografía me ha acompañado toda la vida, especialmente las imágenes antiguas y en blanco y negro de Rasheed Mahdi [fotógrafo sudanés]”. Antes del conflicto, explica, nunca había pintado nada relacionado con la guerra. “Pero eso cambió por lo que viví durante mi trayecto migratorio. Ahora estoy retomando lo que hacía en Sudán, todo lo que perdí en aquel edificio. Me siguen interesando las fotografías antiguas, pero las traslado a un entorno completamente nuevo, incorporando algodón a mis piezas”.

El estudio de Siddig se encuentra en la habitación contigua a la de Mohammed. Un puñado de recortes de papel, decenas de lienzos de colores esparcidos por el parqué y una pared tapizada de retratos conforman el estudio de este artista sudanés, quien también tuvo que abandonar toda su obra en Omdurmán, una ciudad vecina a la capital, Jartum, donde vivía con toda su familia. “Lo que al principio pensábamos que sería cosa de un par de días se alargó durante más de un año huyendo de un lugar a otro. No había vuelta atrás, solo seguir adelante”, relata sentado desde la seguridad de su apartamento en Nairobi.

Siddig cuenta que la beca del MRI les ha ayudado a establecerse en Nairobi y a crear una red de contactos en la escena artística local, por ejemplo formando parte de exposiciones y charlas. Su obra gira en torno al individualismo, algo que lleva desarrollando desde antes de la guerra: “La cultura sudanesa siempre se representa como un todo. Lo que intento mostrar es que, incluso dentro de esta colectividad, hay individuos que piensan por sí mismos y tienen puntos de vista personales”, comenta mientras señala una de sus obras, un retrato al que le falta un retazo y que para él simboliza lo que se pierde tras el conflicto.

Lo que al principio pensábamos que sería cosa de un par de días se alargó durante más de un año huyendo de un lugar a otro. No había vuelta atrás, solo seguir adelante
Huzifa Siddig, pintor

También ha encontrado refugio en Nairobi Ibrahim Ibn Albadya, cantante del grupo sudanés Aswat Almadina (Las voces de la ciudad). “Me siento bendecido por toda la gente que me ha ayudado a llegar hasta aquí”, cuenta a este diario. Detenido varias veces por sus letras durante la revolución de 2018, ha sufrido acoso constante por parte de las autoridades, pero siempre ha encontrado la forma de que su voz llegara al pueblo, incluso ahora, durante la guerra en curso: “Un compañero y yo decidimos hacer una canción para hablar sobre lo que pasaba. Cada uno creaba las pistas desde su estudio y nos las mandábamos cuando había electricidad. Compusimos esta canción con el sonido de las bombas de fondo. Fue muy duro, pero teníamos que hacerlo. La titulamos Una oportunidad para la paz”.

Una figura clave en la comunidad de artistas sudaneses en Kenia es Rahiem Shadad, comisario y cofundador de la Galería Downtown de Jartum. Tras llegar a Nairobi en julio de 2023, Shadad ha sido testigo de la evolución de los artistas y tiene la perspectiva suficiente para hablar sobre el momento actual: “La conversación ahora ya no va sobre refugio y seguridad, sino sobre cómo seguir sobreviviendo y qué significa migrar. Ya no se trata solo de rescatar personas, sino de sus derechos y de su capacidad para quedarse”. Y añade: “Lo que se suponía que sería un refugio temporal se ha convertido en un hogar, en un lugar al que hemos migrado”.

Ese nuevo hogar del que habla Shadad también se ve reflejado en las obras: “La guerra solía ser el denominador común de los artistas sudaneses [que llegaban a Nairobi]. Pintaban la nostalgia, maletas, desplazamientos forzados, violaciones... En 2024 comenzaron a alejarse de eso porque resultaba emocionalmente agotador”. “Ahora plasman sus propias reflexiones personales y profundizan en lo que extrañan y lo que eso significa para ellos”, explica. .

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